Cada día una dentellada
el turbión furioso de un basilisco
que borra la tierra,
la nota hostil que se estrella
contra los vidrios del mar.
Girando.
Girando sin descanso,
quebrándose
en las profecías del sol
en las gaviotas del hambre
en las estampidas del frío
y de la lluvia
y del barro
y de la sal en la boca del mundo.
Alargados los dedos de nuestras manos,
alterados e irreconocibles nuestros rostros
bestias debemos parecerles
bestias en lugar de hombres.
Mas el giro arrastra su cólera
dibujando un paisaje oblicuo
de vértices azules.
Gira impenitente,
gira, gira, gira
y quema ayeres estelados
y propaga la noche en círculos con astillas
y sólo deja un baleo de sal sin destino.
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