Domingo. Ayer puse el despertador a las nueve, pero son las diez y aquí sigo remoloneando sin decidirme a dejar de la cama. He pasado tanto sueño durante la semana que a punto estuve de perder el conocimiento pegada a una esquina.
Me sacudo la pereza, me levanto y veo que mi marido ha dejado una nota en la mesita del salón. Esta tarde iré a ver a su madre al hospital, y me encarga que le lleve el rosario de semillas de las hermanas del Santo Sepulcro, la botella de agua de Lourdes que tiene desde hace sieta años, la reliquia de Sor Angela de la Cruz y una carpeta azul donde guarda sus cartillas y documentos bancarios que justifican los ahorros de toda una vida.
Mi suegra se llama Virtudes, tiene ochenta y dos años, enviudo a los cuarenta y desde que se caso hasta su jubilación trabajó en la verdulería. Todo en ella gira en torno a su hijo, sus rezos, sus achaques y el «que dirán». En cuento a devociones ha recorrido gran parte del santoral. Comenzó siendo devota del Cristo de Medinaceli, mas tarde y según su hijo entraba en esa edad peligrosa, camino de convertirse en tión dirigió sus preces a San Antonio y justo el día de nuestra boda sustituyó al Santo casamentero por Santa Rita. Sospeché que tras esta última devoción se ocultaba la idea de que su hijo y yo éramos una paraje imposible.
Qué nadie piense que critico o pongo en solfa los credos de mi suegra. Jamás lo haría. Ni los de mi suegra ni los e nadie. Yo misma-ignorada por el toque mágico de la fe – he incorporado a mi vida una serie de ritos y conjuros que rescatados de un rincón de la memoria me ayudan a soportar la realidad.
Hablaré solo de tres, aunque he establecido uno para cada día de la semana. El lunes la peonza, hago siete tiradas de peonza, ni una más ni una menos, el martes rodar el aro alrededor de una fuente, tres vueltas, ni una más ni una menos y el miércoles las tabas, cuatro manos de tabas, ni una más ni una menos. Tengo la seguridad de que muchos pensaran que es une tontería, una aberración o sencillamente que en el manicomio los hay mas cuerdos que yo; pero he de decir que siento como un manto protector que me envuelve y que nada malo puede pasar.
Sigo leyendo tus relatos. Tienes mucha imaginación. Este es muy bueno, quizás un poco barroco. Me gustaría que me explicaras el mensaje del último párrafo.