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el grito

8 Mar

Mi vida se debate entre un mar de dudas.  Por señalar alguna diré  que  por un lado me gustaría ser hortera y por otro pija, así que según me da el aire ejerzo de una cosa o de otra. Ser hortera me parece mucho mas divertido, y hoy sin ir mas lejos me he tirado a la calle pintada como una puerta ; le ha añadido a mi pelo rubio platino un mechón azul  y cual árbol de Navidad me he colgado todos los abalorios, brillos, brillantes y brillantinas que he encontrado. También me he puesto un vestido verde de hace años tan ajustado que apenas si puedo respirar . Y los zapatos… imposible olvidar los zapatos, tienen un tacón tan alto que será un milagro si no me rompo la cabeza con ellos. Y aunque mi edad y mi cuerpo no estan para esos arrebatos, he salido dispuesta a comerme todo aquello que se deje comer, y a que me miren. Que me miren todos, hasta las farolas me gustaría que me mirasen.

Pues bién, ya en la calle me he pasado por el   «Grito Negro»  yo le llamo «El Grito»; para mí es el mejor momento del día ,y espanto a todo aquel que se acerca a pegar la hebra o darme la vara: «que si mis hijos, que si mi suegra que si  mi cuñada». Yo voy al Grito a tomar café y ojear el periódico a ver si me entero un poco de lo que pasa por esos mundos que siento  lejanos. Hace unos días leí acerca del conflicto de Libia que EEUU se ofrecía para acudir en su ayuda. No sé, no sé. A mi me parece que los trapos sucios mejor se lavan en familia, porque cuanto más se chapotea en el fango más barro se arma. Hay quien dice que a río revuelto ganancía de pescadores y que el pueblo, pueblo  siempre sale trasquilado. Yo la verdad es que no entiendo mucho, pero igual ellos solos se apañaban mejor.

Hoy es el cumpleaños de mi suegra y hemos de ir a felicitarla mi marido y yo. Mi marido es alto, guapo, moreno, una bestia parda y frutero. Pienso que no me quiere, creo que me ve, pero estoy completamente segura de que no me mira. El acostumbra a dormir la siesta y me ha encargado que le despierte a eso de las seis. Sé que cuando le llame he de tomar precauciones, pues más de una vez me ha lanzado un zapato gritando «Ya esta la mujer de la hostia tocando los cojones. Déjame dormir.» Y entonces sí que yo me quedo en la nada, cierro la puerta , y ahí,  como una pava colgada en el vacío me miro la punta de los pies.