MENOS MAL QUE ESTÁS AQUÍ

10 Jul

 

Arde la tierra, cae fuego del cielo y yo poniéndome ciega de chocolate. El chocolate no es una de mis pasiones, pero es lo que tengo más a mano para mitigar fracasos y carencias. No, no elucubréis que clarifico el tema ipso facto. Mi frustración no es otra que la ausencia de palabras. ¡Ay, las palabras! Creo que han trepado por las paredes y han saltado por la ventana. No lo sé. Las llamo a voces pero nada, sordas como un muro de cemento. Sospecho que si alguna ha quedado, anda desperdigada, buscándose la vida en el rincón más fresco de la casa. Una preposición por aquí, un adjetivo por allá un verbo por otro lado, así las imagino, espaciadas, para que el aire ventile sus entretelas. Yo sé que están, las veo, las intuyo, y también las comprendo. Porque a ver, a quién le apetece con esta socarrina vestirse de tiros largos, alicatarse hasta las cejas, y bailar un tango «desgarrao». Pues eso, que la biosfera no está para muchos meneos. Pero me duele, me cuesta masticar esta huida disimulada, este abandono a la chita callando, este ahí te quedas, seco como un pan de siete lustros. Es verdad que nunca me fueron muy fieles pero también es verdad que jamás me fueron tan esquivas.

En estos días sofocantes, de tardes largas y tiempo suspendido invoco a las palabras como la única salvación, como un oasis en el desierto. Podría parafrasear a Serrat con aquello de» no hago otra cosa que pensar en ti» con un «no hago otra cosa que pensar en ellas». Pero no me rindo. No me rindo porque no puedo. Si desisto sólo queda este bochorno que me aplasta, de modo que sin saber para qué recorro el pasillo arriba y abajo, vagabundeo por aquí, y por allá y rien de rien. Es igual, yo sigo en medio de esta atmosfera plomiza, casi irreal, y entre la desesperanza y el descuido surge lo insólito lo increíble. Ahí, casi pegada a la rejilla del aire acondicionado, en la repisa de los adagios, va y me doy de narices con una tilde. Una tilde verdosa, medio agonizando, pero con la voz suficiente para advertirme muy seria: «si me tocas me licuo,   y si me licuo, qué, cuántas palabras que te gustan perderían su fuerza y su nervio. Ten cuidado con lo que haces. ¡Amiga!». Uf, ni la rozo, por si acaso. Aturdida abro el balcón, el aire es una lengua de fuego, me siento, descanso y pienso: Es el calor. Este calor que me hace ver lo blanco negro, pero no, no. Justo en ese instante desde mi sillón blanco-roto,   observo a una metáfora, con el trazo agrietado, como se descompone en piruetas tratando de alcanzar una jarra de agua. Me ha visto o me ha intuido, porque en un plils plas se ha quedado inmóvil, aparentando estar muerta.¡ La muy perra!. Lo que yo decía, están aquí, escondidas. Abro armarios, levanto cortinas, miro, escudriño, y esta vez es un adverbio que chapotea en la bañera, chulo como un doble ocho, ha sacado la cabeza y me ha gritado: «¡Anda tía, déjanos en paz y vete con la música a otra parte!» Glup.

Menos mal que estás aquí Nach. A ti ellas te aman.

 

Deja un comentario